Por: Antonio Silva/ 2do. Semestre
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque
dormido
en el que uno puede sentirse árbol o
prójimo
siempre y cuando se cumpla un
requisito previo.
Que la ciudad axista tranquilamente
lejos.
A la izquierda
del roble─ Mario Benedetti (fragmento).
Foto: ciudaddemexico.com |
Desde las siete hasta las once de la
mañana, varias personas ingresan al furtivo lugar. Algujos experimentados con
indumentaria Adidas o Nike lo
hacen a paso veloz, otros más como don Javier, de 51 años, con un pants de
Pumas y tenis blancos desgastados, lo hace trotando a ritmo lento con la
intención de cumplir su propósito para este año, que consiste en bajar esos
kilos de más que esconde bajo su sudadera negra.
Foto: ciudaddemexico.com |
Los pájaros no dan tregua alguna, en
todo momento se escucha su cantar compitiendo contra la música que escuchan con
sus audífonos jóvenes y adultos. Como la señora Reyna, que a sus sesenta y
cinco años usa el reproductor mp3 que su hijo le obsequió para acompañar sus
ratos de ejercicio. Incluso el suave silbar de las aves es atenuado con la
desafinada voz de la señora
que viste de rosa de pies a cabeza.
El gusto por el ejercicio no delimita
edades, así como se ve a don Gabriel, un viejo impetuoso que porta una gorra
del Cruz Azul con pants y sudadera en color gris y un bigote blanco sudoroso,
también se puede ver a alguien como Renata, niña del Pedregal que a sus 11 años
procura acompañar a su mamá para correr cada sábado que les sea posible.
Cerca de la Unidad de Seminarios
Ignacio Chávez que en su exterior cuenta con unas bancas para contemplar el
lugar mientras se conversa, hay ardillas que van de un lugar a otro para trepar
por los árboles.
Foto: ciudaddemexico.com |
Después de pasar por los viveros y
los cortos pastizales que seducen a la gente para recostarse bajo la sombra de
un fuerte roble o para sentarse a platicar, o bien para que los niños hagan sus
peripecias teniendo como lienzo ese amplio césped, el camino se vuelve un tanto
árido, el sol pega de manera más directa y el sonido que metros antes, era el
crujir de la hojarasca, se convierte en el ruido que hacen pequeñas piedras
grises y rojizas al ser pisadas.
En ese camino se pueden observar
especies como el maguey, el palo loco, algunas especies de oreja de burro que
tiene como característica la amplitud de sus hojas, y algunos árboles que
apenas empiezan a crecer como el copal y el encino.
Observando el cielo a la distancia,
el azul y el blanco de las nubes, más el verde de los árboles son los únicos
colores que se perciben. La única presencia de urbanidad, se ve a lo lejos al
mirar las casas de Jardines del Pedregal. El andar sobre las rocas es
acompañado por el sonido de las torres de energía eléctrica.
Foto: ciudaddemexico.com |
Alejandro Valdés, hombre robusto,
güero, con chaleco azul y un arete colgando de su oreja izquierda es encargado
de vigilancia los fines de semana, al hacer cuentas, comenta que en fin de
semana entre 50 y 60 personas ingresan al jardín para realizar alguna actividad
física y un aproximado de 300 personas e incluso cinco camiones escolares
acuden al lugar por motivos de investigación y consulta.
Aunque también acuden a este sitio,
los abusivos, los despistados o los lujuriosos. Con ellos el propósito del
Jardín Botánico pasa a un segundo plano.
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